Wilson A. Acosta S
Hubo una época en Neiba en que el Fututo de Totora desde muy tempranito
en las mañanas anunciaba a sus habitantes la existencia de carne fresca
recién matada, de res, de cerdo o de chivo, dispuesta a la venta del
día.
Cerro al Medio que dista unos dos kilómetros del centro del pueblo, hoy
se ha convertido en parte de su zona urbana y es además uno de sus
sectores más atractivos.
A pesar de la distancia se oía con tanta claridad el sonido prolongado y
grave de aquel Fututo, que era capaz de interrumpir con sobresaltos el
sueño de los neiberos que aun dormían. Mientras los niños confundidos
nos esforzábamos imaginando al mítico animal capaz de producir tan
espeluznantes y
prolongados bramidos.
Cualquiera juraría que ese cuerno soplado en Cerro al Medio vibraba en
la propia cabecera de nuestras camas. Invitando a comenzar el día con la
ilusión de un plato de mondongo calientito de un pedazo de carne
guisada o de un trozo de morcilla aderezada con jugo de limón.
Totora era el apodo de una amable y distinguida mujer que dedicó su vida
al trabajo. Dejando un legado ejemplar a su descendencia. Perpetuada en
el recuerdo de sus sabrosos chicharrones o en las delicias de las
carnes de novillos jóvenes que ofrecía fiada o al contado a su fiel
clientela.
Nuestros pequeños pueblos tenían reminiscencias de aldea. Con crianzas
realengas casi domesticas que pacían y dormían en sus calles y en sus
patios. Rodeados de conucos que intentaban cumplir con la exigencia de
alimentos que tenían sus exiguas poblaciones.
Era cosa común contemplar a nuestras mujeres del campo ofertar por las
anchas calles sus productos recién cosechados. Las Marchantas, con las
árganas de sus burros repletas de víveres o de carbón vegetal; sus
bateas y cacerolas puestas sobre sus cabezas bajo el “babonuco”, en
constante equilibrio, ofertando carnes crudas o cocidas, longanizas, pan
de maíz, pan de batatas, o el jalao hecho de coco y de miel de abejas.
De pequeño yo oía en nuestro vecindario calificar a las personas que
hablaban alto para que su voz se oyera en todo el entorno. Igual a
aquellas que gustaban de repetir los chismes apócrifos a viva voz con la
siguiente frase: “¡Ten cuidado, que ese es como el Fututo de Totora!”.