REMINISCENCIAS DE NEIBA EN PRIMERA PERSONA

Las cosas pasadas han caído en el olvido,
y en el olvido caerán las cosas futuras
entre los que vengan después.
Ec 1.11


JUEGOS QUE YA NO SE JUEGAN
Por Servio Peña

En estos días he visto (y he disfrutado) en las redes sociales, como los neiberos reivindican palabras y expresiones exclusivas de su léxico, es decir, del caudal de voces, modismos y giros que nos son propios a los oriundos y habitantes de Neiba y zonas aledañas.

Eso me ha llevado, en conversaciones familiares, a recordar unos juegos de jóvenes que no he vuelto a ver jamás, ni en Neiba ni en ninguna otra parte, especialmente los llamados “tetebol” y “pájaro que vuela”, que vi practicar muchas tardes en el patio de la iglesia San Bartolomé.


El “tetebol” era auspiciado por los curas de entonces y los principales practicantes eran los monaguillos, muchachos que ayudaban a “dar” la misa y a los que el pueblo llano denominaba “clérigos”. “Pájaro que vuela” era un juego “social”, que era practicado por sólo algunos de los monaguillos y por casi todos los varones concurrentes a las canchas de baloncesto y volibol del patio de la iglesia, algunas veces en forma clandestina. Ambos juegos también se jugaban en los patios y en las esquinas de los diferentes sectores del Neiba que recreamos.

La “cancha” de “tetebol” consistía en una circunferencia de unos tres metros de radio, más o menos, trazada sobre el pavimento de asfalto, dividida por una raya en dos partes iguales. En el centro tenía un tubo de metal de unos diez o doce pies de altura por tres y media pulgadas de diámetro, de cuya parte más alta colgaba una driza o un grueso cordón de cáñamo que alcanzaba hasta las tres cuartas partes del tubo medido de arriba hacia abajo, como el asta de la bandera, en cuyo extremo inferior se adhería una bolsa parecida a una media o calcetín  con una pelota de goma maciza del tamaño de las de beisbol en su interior. Cada jugador, que eran dos, uno por bando, disponía de una raqueta como las de jugar ping pong.

Para jugar “pájaro que vuela” no se requería más que de la presencia de un buen grupo de alegres y ociosos muchachos, regularmente de los más “tígueres” y dos bancos colocados en forma paralela de los fabricados con  palmas reales cortadas por el centro en forma vertical desde poco más arriba de las raíces hasta poco más abajo del penacho, de que disponía la parte no pavimentada del concurrido patio parroquial, que era toda la orilla entre la verja y el asfalto, desde el portón hasta el dormitorio de Pedro, el sacristán. Esos bancos se usaban para las clases de catecismo, para el descanso de los atletas y para sentarse los asistentes a los intercambios deportivos.

El juego de “tetebol” consistía en hacer envolver totalmente la cuerda con la pelota en el extremo alrededor del tubo en una sola dirección, golpeándola a tales fines con la raqueta. Ganaba la partida, desde luego, aquel de ambos jugadores que lograra el objetivo. Por lo tanto, cada jugador se afanaba en golpear más y más fuerte cada vez hasta lograrlo, mientras evitaba que el contrario hiciera lo propio. Era frecuente que el jugador que golpeara con su raqueta más de una vez sin que el otro pudiera replicar, fuera el vencedor en la contienda.

La voz “tetebol” usada en Neiba es una corruptela de la inglesa que se escribe “tetherball”, que se pronuncia, más o menos, “téterbal” y que no tiene traducción al castellano. El “tetebol” es una variante del tetherball, que es un juego norteamericano para niños y adolescentes, cuya diferencia fundamental con el  “tetebol” neibero es que, en el juego original, la pelota es más grande y blanda, como la del volibol, y que en vez de raquetas se la golpea con las manos para envolver la cuerda alrededor del tubo.

            “Pájaro que vuela” se jugaba eliminando sucesivamente a todo aquel que se fuera equivocando, hasta que quedara sólo uno, como en el “Pum”, otro juego que, gracias a Dios, ya no se juega. El líder, que no recuerdo si le llamaban capitán, mariscal o de otra forma, ni tampoco como lo elegían, iniciaba el juego diciendo repetidas veces “pájaro que vuela, pájaro que vuela”, mientras movía sus manos a la altura del pecho como si barajara fichas de dominó y, cuando entendía que todos estaban completamente atentos o que algunos habían perdido la concentración, levantaba rápidamente su mano derecha al tiempo que gritaba el nombre de un ave o de otro tipo de animal. Si el animal mencionado era de los que volaban, como la cigua, la garza o el guaraguao, se debía levantar la mano inmediatamente, en caso contrario, la mano debía permanecer donde estaba. El que levantaba la mano cuando el líder decía “el burro”, por ejemplo, o dejara de  levantarla o la levantara tardíamente cuando se decía “el rolón” u otra especie voladora, quedaba, ipso facto, fuera del juego.

Se iniciaba  el juego de “tetebol” de la siguiente manera: elegido al azar quién iniciaría las acciones, es decir, el servidor, éste se colocaba en lo que sería el vértice de la circunferencia, frente al jugador contrario, con la bola dentro de la bolsa en una mano y la raqueta en la otra, extendiendo la cuerda, mientras el oponente se preparaba, raqueta “en ristre”, colocándose en el vértice frontal. Entonces el jugador mano golpeaba con la raqueta, el otro devolvía el golpe, y así, sucesivamente,  hasta que hubiera un vencedor. Yo llegué a jugarlo con los “chiquitos” en los patios de Apolinar Duval (Palito), en el que construían Paya y Ané y en el de Rosa Cándida, con el que preparaba Alfredo, el hijo de Herminio Medina (Chichín) y Nelfa Peña, al que le decían Balaguer, quienes trazaban la circunferencia en el suelo de tierra, en el centro enterraban una vara de madera, metían una pelota hecha de tiras de trapos envueltas en un “pólin” dentro de una media vieja, que amarraban con hilo de gangorra del de “sonar” trompos y moldeaban las raquetas con pedazos de tablas o con la parte más ancha de las pencas de coco.

A veces los jugadores de “pájaro que vuela” incluían personajes de ficción, como Supermán  o Dumbo; también mitológicos, como el ave fénix; a los que se les daba el mismo tratamiento que a las especies terrestres voladoras.

Ya me imagino a varios de los que se han sacrificado leyéndome hasta aquí, preguntándose, ¿dónde está el motivo de que este juego, que hasta instructivo es, se jugara ocasionalmente de forma clandestina, como afirmara Cuqui Pubín al principio de este escrito? La respuesta es sencilla. En sus bromas, los muchachos incluían también, bajando el tono de voz, los apodos de los únicos  tres o cuatro “pájaros” conocidos entonces en el pueblo, a los que, en el juego,  también se les concedía el mismo tratamiento que a los que vuelan.

Me preguntó mi hijo si mencionaban a Bernardo “el pájaro”, el hermano del compadre Toñito. –Sí, –le contesté– pero cuando decían “pájaro que vuela, pájaro que vuela: ¡Bernardo!”, perdía quien levantara la mano, porque lo “pájaro” de Manaro (también le dicen así los que lo aprecian) no es porque “vuela”, sino que es  “pájaro” porque es “maj feo que´r diache”, como él mismo afirma sin que nadie proteste, ni siquiera Olga.

El problema estaba, realmente, cuando se levantaba la mano al citar nombres de ciertos personajes de la sociedad a los que el rumor público atribuía características de “cundangos de la secreta”, como diría Mario Emilio Pérez; también cuando, sólo  para molestar, se levantaba masivamente la mano ante la mención de un compañero de travesuras de los que tenían fama de guapo y se la daban de “gustanini”; en esos momentos el juego concluía intempestivamente,  al grito de: ¡se rompió la taza, cada uno pa` su casa!
 
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